viernes, 27 de noviembre de 2009

RITOS Y COMUNIDAD

RITOS Y COMUNIDAD

     Si hay un cine en el que se repitan de forma constante una serie de rituales sociales, ese es el cine de John Ford. En efecto, desde sus más tempranas películas hasta la última, la querencia del director norteamericano por unos ritos reiterados una y otra vez no puede sino hacernos pensar en una suerte de leitmotivs cuyo objetivo no es otro que la plasmación de una comunidad, en muchos casos de una que está en formación. Y a un repaso de esos ritos es a lo que vamos a dedicar estas líneas.

       Un niño puede nacer en una parada de un viaje en diligencia, por más que esté latente un próximo ataque de los indios (La diligencia), pero también en una carreta abandonada en medio del desierto (Three godfathers, 1948). No obstante, son más numerosas las escenas de muerte que las de nacimiento, muertes que se suelen dar a menudo de forma metafórica: un pájaro sale de su jaula simbolizando la muerte de uno de los hombres malos de la película homónima de 1926, pero puede darse también mediante una luz que se extingue como se ha apagado la vida de la parturienta de (Three godfathers). Otras veces, se alude a la muerte mediante una sinécdoque: sea con el pañuelo de Doc Holliday, con el que tapa su rostro en los acceso de su tos tuberculosa (My darling Clementine), sea con el parche que llevaba en el ojo el personaje interpretado por John Carradine en Drums along the Mohawk .

      Sin embargo, así como hay muertos que lo que hacen es dinamizar la acción dramática, otros no sólo no pasan al olvido, sino que los personajes cuentan con ellos, visitan sus tumbas, adornan éstas con flores, les narran confidencialmente las decisiones de los vivos. El juez Priest (Judge Priest) charla tranquilamente con la tumba de su esposa- y de paso, averigua que uno de sus vecinos es el padre de Lucy, la maestra del pueblo-, y otro tanto hace el capitán Brittles en una escena crepuscular con fondo de rayos de tormenta en el Monumental Valley que se ha convertido en un momento justamente famoso (She wore a yellow ribbon). Igualmente, Abraham Linlcon visita la tumba de su amada –desaparecida en plena juventud- para comunicarle su intención de iniciar su carrera de abogado, carrera que el espectador sabe que terminará en la presidencia del país. No deja de ser llamativo que el último de los grandes clásicos del cine norteamericano, Clint Eastwood, haya recuperado ese motivo en alguna de sus películas: Unforgiven y Gran Torino.

      No hay apenas películas de este realizador que no contengan un funeral. En no pocos casos es el de aquellos que han sacrificado su vida para que la pareja protagonista tenga un futuro, y de ahí que el hijo de ambos lleve el nombre de los “tres hombres malos” en 1926 o el de los “tres padrinos” más de veinte años después. Pero, junto a funeral, está también esa especie de “marcha fúnebre” que es visible y tremendamente emotiva – en los minutos previos a los responsos funerarios pro la muerte de la prostituta en una de las películas favoritas –con razón, habría que decir- del propio Ford, The sun shines bright.

        Una comunidad se afianza, igualmente, a través de toda una serie de relaciones familiares o vecinales, que garantizan la aceptación o no de una persona ajena a la misma. De ahí que Sean Thorton tenga que responder a las preguntas de los vecinos y demostrar que su familia es de Innesfree antes de ser aceptado como un miembro de pleno derecho en el pueblo (The quiet man). No muy distinto es lo que ocurre con las peleas, que sirven para dejar patente las relaciones de camaradería que existe entre determinados personajes, como es el caso de los soldados de She wore a yellow ribbon o las que se dan a lo largo de The wings of eagles. En ocasiones, no obstante, se insertan como un puro momento de diversión, de descanso entre momentos más dramáticos de las tramas principales, como sucede en el caso de The seachers o en The iron horse.

      En torno a una mesa se producen, como es lógico, una socialización necesaria en una comunidad en trance de creación. Esa es la razón de la importancia que tienen las comidas que podemos ver en Stagecoach, donde se reflejan las relaciones entre los viajeros de la diligencia que se dirigen hacia Lordsburg, pero también el hecho de que únicamente una vez que han resuelto sus problemas el matrimonio de los Thornton pueden invitar a su casa a comer a Victor Mclaglen. A veces se da el caso de que un concurso de tartas sirve para dar un matiz más dentro de la caracterización densa y amable de una figura tan característica como es la de Abraham Linlcon (The young Linlcon). Pero es que, incluso, en un espacio que otras veces era un lugar para las confidencias y la intimidad como es la cocina, un hombre se sitúa fuera de ella dejando sin el menor consuelo a su esposa cuando se enteran de que ha perdido a su hijo antes de nacer, dejando claro que no sólo su preferencia por tener un hijo frente a sus dos hijas, a las que prácticamente ni ve, sino que se nos revela como un ser egoísta e incapaz de querer verdaderamente a su mujer (The wings of eagles).

          La presencia de un médico tampoco es ajena al establecimiento de una sociedad. La verdad es que algunos de ellos corrían peligrosamente el riesgo de ser más estereotipos que otra cosa, pero el resultado final demuestra que los guionistas evitaron tal circunstancia. Doc Boone será un borracho poco amigo de los banqueros pero, cuando ha de ayudar a traer un niño al mundo, se comportará con la profesionalidad que caracteriza a todo personaje de Ford. Y otro tanto cabe decir de Doc Holliday, cuyo trabajo operando a Wichita es memorable, además del aliento claramente romántico que posee el personaje, muy distinto por ejemplo al mismo papel interpretado por Kirk Douglas en Duelo de titanes (Duel at the O.K. Corral) de John Sturges. Otros doctores son, sin ánimo de ser exhaustivo, William Holden en The horse soldiers o la doctora Cartwrihgt.

       El baile supone un momento de calma en la particular peregrinación a la tierra prometida que buscan los mormones en Wagon Master, pero también se verá alterado por la llegada del mal encarnado en un grupo de forajidos. En cambio, marca el arranque simbólico fundacional de una comunidad en cuanto a que se celebra la creación de la iglesia y es un instante de júbilo en My darling Clementine. No obstante, en ocasiones un baile puede servir también para evidenciar las tensiones de una comunidad, bien por la que se produce entre un matrimonio que ha roto por la guerra civil y hace muchos años que no se ven (Rio Grande), bien por lo que supone de exclusión de la mujer blanca que ha vivido muchos años como esposa de un sanguinario jefe indio, que intenta incorporarse de nuevo a la sociedad blanca, ante las miradas críticas de los participantes en el baile y la feroz crítica del acompañante de la mujer a estos últimos (Two rode together).

       Conviene hacer hincapié en que esas comunidades en construcción exigen sacrificios, y que a menudo éstos se pagan con las vidas o la exclusión de la comunidad de aquellos que, paradójicamente, han contribuido decisivamente a crearlas. Es el caso, por ejemplo, de los tres hombres malos y de los tres padrinos, que mueren para que otros puedan seguir adelante; pero también, y muy especialmente, el ejemplo de John Wayne tanto en The Seachers, donde en la última imagen Ethan Edwards queda fuera de la familia de colonizadores, como en The man who shoot Liberty Valance, donde Tom Doniphon no sólo pierde a su amada en beneficio del abogado Stoddard, sino que también posibilita que éste sea votado como representante del estado en Washington. Y otro tanto cabe decir de la doctora Cartwright, que sacrifica su vida por la supervivencia de la misión china a la que ha llegado, curiosamente ella que ha cuestionado la misma y es la única que no cree en Dios (Seven woman).


     En último término lo que subyace es la idea de que, para que una sociedad sobreviva, hay seres humanos que han de ser sacrificados, y eso ocurre tanto en el mundo de los pioneros que están construyendo una nueva nación como cuando, una vez que ésta ya es una realidad, debe ser defendida de sus enemigos, como es el caso de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, tal cual se refleja en una hermosa película cuyo título no puede ser más claro: They were expendable.

         Pero a partir del núcleo originario que han creado unos pioneros como los de Drums along the Mohawk, la comunidad ha de integrar en la medida de lo posible a los seres que hasta entonces veía como ajenos a sí misma. Así se comprende que, por ejemplo, el problema racial que subyace en Sergeant Rutledge, y la incorporación de los soldados negros al ejército de los EE.UU. –elemento más que atestiguado en la historia americana, pero que no se había plasmado realmente en el cine -, o el intento de dignificar a los nativos amerindios, a los que tanto respeto y ayuda ofreció toda su vida Ford, en una de las películas donde han sido presentados con mayor dignidad, es decir, en Cheyenne Automn.

Una figura que suele repetirse con asiduidad es, no lo olvidemos, la del periodista, elemento importante en algunas obras de este director. Al final de Fort Apache, por citar sólo un par de casos suficientemente ilustrativos, el capitán Kirby York (John Wayne) idealiza la decisión erróneas militarmente del Teniente Coronel Owen Thurday (Henry fonda), que ha costado la vida de un buen número de soldados, ante la prensa. Radicalmente distinta es la actitud del senador Stoddard, que relata a los periodistas su verdadera historia, que no hace sino desmitificar la leyenda del “hombre que mató a Liberty Valance”. A pesar de ello, los periodistas optan por no escribirla, porque cuando la verdad interfiere en la leyenda, “imprimimos la leyenda”. No muy lejos de ese criterio es el del periodista incluido en Unforgiven de Clint Eastwood, más interesado en crear mitos para los lectores del este que en contar lo que sucedía en realidad en el oeste.

      En otras palabras, las comunidades necesitan tanto héroes en los que sustentar sus cimientos, como seres que se sacrifiquen por ellas, y lo mismo ocurre con un país. En sus películas Ford contribuyó como nadie a forjar toda una serie de leyendas y de personajes sobre los que se asentó su nación, incluso a crear un imaginario visual que se ha quedado anclado en la retina del mundo entero. Y a pesar de todo ello, Ford también optó por contarnos la verdad, el lado oscuro de cómo se forma una sociedad. Y hay que reconocer que en ambas direcciones logró su objetivo: conmover a los espectadores y reflexionar sobre su propio país. El desencanto, a veces, se hacía patente, como lo prueba la actitud del Wyatt Earp de James Stewart (Cheyenne Automn), que se columpia en su silla como lo hacía el Earp de Henry Fonda en My darling Clementine, pero el joven esperanzado y digno de 1946 ha dejado paso, casi veinte años después, a un viejo escéptico y desencantado. Acaso a John Ford le sucedía lo mismo.


                                                                                      José María García Pérez

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