miércoles, 11 de noviembre de 2009

DE HOMBRES Y MARES

Desde muy antiguo tenemos testimonios, reflejados tanto en las artes plásticas como en la literatura, de la íntima relación entre el hombre y el mar. Por remontarnos a un ilustre ejemplo, sobradamente significativo, basta pensar en uno de los libros no sólo más hermosos de la antigüedad, sino también de los que han tenido mayor repercusión en toda la historia: la Odisea homérica. Y tres muestras de su permanente influencia: el mosaico tunecino que representa a Ulises y las sirenas (siglo III d.C.), la última ópera de Claudio Monteverdi, Il ritorno d´ Ulises in patria (1641) y la audaz transposición cinematográfica de los hermanos Coen en O brother! ( 2000). En estas líneas repasaremos esa relación, haciendo calas especialmente en sus reflejos literarios, pero sin dejar de lado los ecos que resuenan en otras formas artísticas.

Si hubiera que destacar dos libros de la tradición clásica (por ser más próxima a nosotros, no porque otras culturas como la china o la escandinava no traten también este tema), por sus méritos literarios y, sobre todo, por la gran influencia que van a tener en los siglos venideros, no cabe duda que los títulos sería el largo poema homérica anterior y la Eneida de Virgilio. Los viajes de sus dos protagonistas, Ulises – u Odiseo, que este es su nombre griego – en su retorno a Ítaca tras la guerra de Troya, y Eneas huyendo de ese mismo enfrentamiento bélico en busca de una nueva patria, han supuesto referencias innumerables en obras posteriores, bien como modelo a la hora de desarrollar un viaje marino, bien en el carácter de los protagonistas, bien en episodios concretos: un ejemplo sería el perro que reconoce a Ulises a su regreso, antes de que nadie se percate de su identidad.

Es comprensible que fuera la novela griega, de la que conservamos pocas muestras, la que recogiera y codificara una serie de recursos que iban a ser explotados posteriormente una y otra vez. Lo prueban el que los autores aprovechen episodios como los naufragios, el ataque de los piratas, etc; episodios que además servirán para separar a padres e hijos o a la pareja principal, y que al final volverán a reencontrarse. Bien es cierto que no sólo en la novela griega hallaremos esto, sino también en la comedia nueva (siglos III a.C.) de Menandro y otros autores griegos se explotan este tipo de episodios.

UNA DE PIRATAS

Y ya que hablamos de piratas, detengámonos en ellos. Cuando se piensa en bucaneros o filibusteros, que son cosa distinta a los piratas, por más que se empleen como sinónimos, no suele venir a la mente precisamente la imagen de los que operaban en el mediterráneo en época romana o en el mundo medieval, con los consabidos enfrentamientos entre naves cristianas, árabes y bizantinas. Lo habitual es pensar en aquellos que el cine ha codificado, esto es, los que se dedicaban a saquear fortalezas y hundir galeones en el mar Caribe. El cisne negro o El halcón del mar son dos ejemplos en el ámbito cinematográfico. Y en lo literario, aunque es más propiamente lo que hoy llamaríamos reportaje periodístico, tendríamos el caso de Piratas de América, de Alexandre O. Exquemelin, una fuente preciosa de noticias de primera mano sobre varios de los bucaneros más famosos de esa época, puesto que su autor lo publicó en 1678, no mucho después de pasar varios años en el Caribe y de escuchar las historias a algunos de los testigos de las mismas. Nada tiene de sorprendente, en consecuencia, que su obra haya sido aprovechada y hasta plagiada por numerosos escritores posteriores, el más famosos de los cuales será sin duda Daniel Defoe.

No obstante, alguna de las muestras más sobresalientes de literatura piratil las encontraremos bien entrado el siglo XIX y en el XX. En efecto, Así lo ponen de manifiesto algunas famosas novelas de R.L. Stevenson o cuentos de Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes. Tampoco iban a desaprovechar ese campo autores que abordarán el género de manera muy dispar. Bram Stoker, el autor de Drácula, sitúa La empalizada roja en la lucha de un barco británico cuyo fin es destruir el refugio de unos pérfido piratas malayos. Por su parte, Lord Dunsany crea un capitán y una tripulación pirata para – en lo que ya supone un cierto distanciamiento irónico de las convenciones genéricas – situarlos en pleno desierto del Sáhara, barco incluido, por donde viajan gracias a unas ruedas, tirados por bueyes en ausencia de viento, sembrando el pánico y hasta luchando con tribus árabes, todo ello antes de regresar al mar nuevamente. Pero por si esto no fuera poco, en otro relato, ese capitán se casa con una princesa, y con su tripulación se retiran de su vida delictiva a una isla que se desplaza a voluntad, aunque de vez en cuando todavía asaltan algún barco cuando les invade la nostalgia de su vida anterior.

APRENDIZAJES Y OBSESIONES.

Uno de los leif-motifs recurrentes en los libros que tratan de hombre y mares es el del aprendizaje y posterior cambio en su conducta por parte de un personaje, generalmente el principal – encuadrables en las denominadas novelas de aprendizaje o “bildungsroman” – Sobradamente conocida es el caso de Capitanes intrépidos, la obra en la que Rudyard Kipling desarrolla la transformación de un niño rico, orgulloso e insolente en una buena persona, merced a su vida a bordo de un barco pesquero que lo ha salvado de morir ahogado en el mar. Punto de arranque similar es el que emplea Jack London en El lobo de mar, si bien aquí el protagonista es un intelectual bostoniano que aprenderá la dureza del trabajo manual, el respeto por los demás y, de paso, se enamorará de una escritora; todo ello con la permanente dialéctica (verbal y física) que tiene con el personaje más atractivo de la novela, el capitán Lobo Larsen. Casi sería un delito no citar a Joseph Conrad, marino gran parte de su vida y que sólo tras abandonar ese oficio empezó su fructífera carrera literaria (La línea de sombra sería un buen ejemplo).
Era inevitable que, al igual que ocurrió en el western en el ámbito cinematográfico, los libros que se desarrollan en el mar o con personas relacionadas con él fueran aprovechados por escritores para insertar en ellos sus particulares obsesiones. Sin ir más lejos, Huracán en Jamaica sirve para que Richard Hughes nos ofrezca una insólita y tremendamente perturbadora visión de la infancia, a la vez que dibuja a los piratas – en una auténtica vuelta de tuerca – como víctimas de los niños que se han colado en su barco sin aquello saberlo. No menos extraordinaria es la traducción cinematográfica que sobre ese texto realizó Alexander Mackendrick, titulada en España Viento en las velas.
William Hope Hogdson, por su parte, aprovecha varios de los más característicos elementos del género marinero (naufragios, naves abandonadas...) para llevar una serie de cuentos al terreno donde se mueve con más soltura – y que hasta entonces no había sido muy transitado - : el fantástico. Así, en una recopilación de relatos titulada Aguas profundas (muy pertinentemente acompañado del subtítulo “Seis relatos de horror”), Hodgson pone en escena una serie de historias muy inquietantes y que abren nuevos horizontes al género (siguiendo un tanto los caminos que había recorrido a su modo E. A. Poe en sus Aventuras de Arthur Gordon Pym), con unos resultados que iban a hacer las delicias nada menos que de H.P. Lovecraft.

EXPEDICIONES Y VIAJES CIENTÍFICOS.

Capítulo aparte merecen los libros que abordan las experiencias de sus autores en relación con sus viajes a través de los océanos. La descripción de Cristóbal Colón de sus cuatro viajes al Nuevo Mundo, que él siempre pensó ser las India Orientales, constituye un buen ejemplo de lo que podía dar de sí la mentalidad europea de finales del siglo XV cuando se enfrentaba a una realidad que no casaba con ninguno de sus parámetros cotidianos; de ahí que tanto Colón como otros que vinieron detrás traten de buscar en referentes europeos marcos de comparación sobre las que poder describir la realidad que tiene delante.
    
Los viajes en expediciones científicas, a su vez, constituirían una constante sobre todo en el siglo XVIII, el Siglo de la Ilustración a finde cuentas, desde gran cantidad de países europeos. Se trata de explorar, catalogar y traer muestras - vivas o dibujadas – de plantas, animales, etc. Ahí tenemos los viajes de Bufón, Prenafetta, el capitán Cook, etc. Bien famoso es el viaje de Charles Darwin, que durante cinco años navegó por todo el planeta a bordo del Beagle. Así pudo obtener información de primera mano para elaborar su revolucionaria teoría de la evolución. Testimonio de ese apasionante viaje es su estupendo Viaje de un naturalista alrededor del mundo, publicado en forma de libro en 1839.

DE LA ESCLAVITUD A NUESTROS DÍAS.

Tema aparte sería el del comercio de esclavos, que tal vez no haya proporcionado ninguna obra maestra en ningún arte, que yo sepa, pero que sí ha ofrecido algunas muestras de indudable interés. Lino Novás Calvo no sólo tradujo historias de la piratería, sino que escribió un interesante libro cuyo título y anos da una idea muy precisa de por dónde va su argumento: El negrero. El siglo XX no ha sido ajeno a la fascinación que los mares despiertan en el ser humano. Innegable es el éxito de Patrick O´Brien y su serie de novelas sobre el capitán Jack Autrey y su amigo Stephen Maturin, llevados a la gran pantalla algunos episodios de ellas en Master and Commander, de Peter Weir. Otro popular oficial de la marina es Horatio Hornobler, salido de la imaginación de C.S.Foster y encarando en la pantalla por Gregory Peck en El hidalgo de los mares. Continúan apareciendo en nuestros días libros que hacen de la vida en el mar o de aspectos relacionados con él sus temas. Arturo Pérez-Reverte publicó La carta esférica hace unos años y poco antes Alessandro Baricco nos brindó Océano mar y el monólogo Novecento.
Ahora bien, si hubiera que destacar un escritor que proporcione nuevos ímpetus al género, con unos resultados de primerísima calidad literaria, ese sería sin lugar a dudas el chileno Francisco Coloane. En sus páginas viven balleneros, cazadores de focas, buzos cuyo trabajo está descrito maravillosamente, etcétera; todo ello con un amor por el mar y la palabras admirable. A fin de cuentas, Coloane cita al ineludible Conrad para afirmar que “la palabras se deben cuidar del mismo modo que una tripulación lava su cubierta. Y no escupir sobre ella sino por la borda”, además de reconocer, como protagonista que ha sido de alguna de las aventuras que cuenta – como puede apreciarse en su autobiografía- que “no se conoce el mar del todo a un hombre de mar hasta que enfrenta tempestades, naufragios, salvatajes o la muerte misma”.

                                                                        José María García Pérez

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