miércoles, 3 de julio de 2019





Autorretrato en espejo convexo. Por  Il Parmigianino



UT PICTURA POIESIS

       En uno de sus más inquietantes y excelentes relatos, titulado El grabado, M. R. James nos va describiendo cómo se produce la progresiva desazón y hasta el verdadero terror del protagonista al darse cuenta de que, en un cuadro que h allegado por causalidad a sus manos, va teniendo lugar una serie de cambios en el escenario pictórico que acaban por reproducir un suceso ominoso: el secuestro y posterior asesinato de un niño. Éste es, obvio es decirlo, uno de los muchos ejemplos que se pueden mencionar a la hora de abordar los muy diferentes acercamientos que desde la literatura y otras artes se han hecho a a hora de ver el fenómeno de la pintura. Evidentemente, en unos casos el escritor no utiliza ésta –un cuadro en particular – más que como telón de fondo o excusa para lograr sus particulares objetivos. En cambio, otros se detendrán en análisis, descripciones o intentos más o menos logrados sobre la esencia, sobre la dificultad o sobre la imposibilidad que,  a veces, supone la creación de un arte tan especial como lo es la pintura.
 La tentación del éxito.

     Nikolai Gógol narra en un cuento de los que se incluyen en su libro Historias de San Petersburgo la desesperación e impotencia de un pintor que, habiendo obtenido un rápido éxito en su juventud, se va poco a poco conformando con pintar cuadros fatos de ambición y sentimiento, si bien estos le reportan pingües beneficios. Algo similar le ocurre a Watersouchy, pintor holandés que da título a un relato de William Beckford. No así al protagonista de La extraña muerte del pintor Francesco Francia de W. H. Wackenroder, que pese a ser admirado como el  mejor pintor de su época, descubre entre humilde y asombrado a Rafael, su contemporáneo. Darse cuenta de su inferioridad respecto a él, debilitarse sus fuerzas y cansarse su espíritu serán las consecuencias de una vida que inevitablemente termina con un íntimo fracaso.

Rudyard Kipling y sus discursos: el "comerciante de palabras" 

     Caso muy diferente es el que plantea Rudyard Kipling en La luz que se apagaCon ciertos ecos inequívocamente autobiográficos, esta no sólo es una novela sobre el aprendizaje en el más amplio sentido de la palabra, sino también constituye un acercamiento sensible al mundo de la infancia, pero sobre todo supone una visión de contagiosa exaltación sobre la creación pictórica. Por su acercamiento al mundo del pintor, por su descripción de cómo se crea una obra de arte y por reflejar, en último término, la imposibilidad de alcanzar todas las búsquedas que el ser humano persigue, esta obra se encuentra entre las más logradas de s que se ocupan del tema que estamos tratando. 

                                                        Obsesiones.

      Como es lógico, cada artista proyecta en sus obras sus particulares obsesiones, con mayor o menor acierto encada caso. Pues bien, buena muestra  de ello son dos casos realmente paradigmáticos dela literatura decimonónica. De un lado, El retrato oval es uno de las más famosos cuentos de Edgar Allan Poe, y no podía ser de otra forma si tenemos en cuenta que se nos presenta la creación de una obra de arte – el cuadro que da título al cuento -, que obtiene su belleza asombrosa de la que va absorbiendo a la mujer del protagonista, un pintor empeñado a toda costa en plasmar en su lienzo la deslumbrante hermosura del rostro de su esposa, que logrará a cambio de la muerte de la misma (¡qué oportunamente incluía Jean-Luc Godard es una de sus películas la lectura del fragmento final de ese relato, puesto que también el cineasta francés extraía la belleza del rostro de la protagonista – y esposa en la vida real – para matarla al final de ese extraordinario filme que es vivir su vida!).
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     A Óscar Wilde, en cambio, lo que le mueve en su conocidísima novela El retrato de Dorian Gray es el indagar e la eterna dualidad del ser humano: los conflictos entre el bien y el mal, la oposición entre belleza  fealdad, la antítesis juventud y vejez, etc. Todo ello, claro está, salpicado por las características apreciaciones wildeanas sobre arte, sobre la sociedad británica, las salidas de ingenio y humor… En realidad, el tema de la dualidad humana no era en absoluto ajeno al ambiente del siglo XIX, como lo prueban tres casos tan señalados como El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, William Wilson de Poe o El doble de Dostoievski.
    Pese a ser el tema que tratamos más utilizado por narradores, eso no quiere decir que la pintura no se haya abordado por parte de también de los dramaturgos. El caso de El pintor de su deshonra de Calderón de la Barca no es sino uno de los muchos ejemplos de nuestro teatro aúreo, pero no es menos cierto que ya en el siglo XX un autor de la relevancia de Antonio Buero Vallejo –no en vano pintor también él –de detiene en Las Meninas y en Velázquez  para hacer una reflexión sobre el poder y el arte. Más tarde hará lo propio con la figura de Goya, lo que no deja de ser significativo respecto a su visión de la pintura en general y de los pintores en particular.

Pintura y cine.

     Tampoco el cine permaneció indiferente a la atracción suscitada por la pintura, algo comprensible habida cuenta de que ambas artes trabajan sobre elementos muy similares: el tratamiento del color, el encuadre, la iluminación, la disposición de los objetos, etcétera. El loco del pelo rojo (asombroso título español para el original Lust for life) refleja la vida de Van Gogh, pasada por el tamiz de Hollywood. En cambio, Jacques Becker impartía e su aproximación a la vida de Amedeo Modigliani un toque humano,  a la vez que reforzaba los aspectos rabiosamente románticos de la biografía del pintor en Montparnasse, 19.

Los amantes de Montparnasse (Les amants de Montparnasse ...


    No obstante, quizá la aproximación más implicada, cómplice e íntima, que vuelve al espectador protagonista de la magia de la creación pictórica, entre otras muchas cosas, la encontramos en El sol del membrillo, de Víctor Erice. Recordamos el esfuerzo de Antonio López por pintar un membrillo, intento que se salda con un fracaso, aunque qué hermoso es presenciar ese intento noble, humilde y apasionado al mismo tiempo y qué gran privilegio ser testigos de esa búsqueda, de ese anhelo.
       Durante mucho tiempo, y dadas las dificultades de encuentros entre jóvenes, era corriente e intercambio de retratos, como lo evidencia el teatro clásico español. En no pocas ocasiones, un personaje reconoce estar enamorándose de la figura retratada, a pesar de no haberla visto nunca en carne y hueso. Pues bien, mutatis mutandis, el mismo caso hallaremos en dos excelentes muestras de cine negro americano. En una de ellas, Edward G. Robinson se convierte en un pelele en manos de Joan Bennett, habiéndose enamorado de ella a través de un retrato, hasta el punto de llegar al asesinato por ella (La mujer del cuadro, Fritz Lang).  Por otra parte, a Dana Andrews le sucede algo parecido en Laura, de Otto Preminger, al ver el retrato en el apartamento en el que ha aparecido un cadáver que todos piensan que es el de ella. Pero si perturbadora es la impresión que produce en el detective el retrato, qué conmoción no experimenta al aparecer allí Laura…¡viva!

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      Para terminar, y a modo de apunte, porque un estudios a fondo llevaría un artículo monográfico, en el cine de Alfred Hitchcock aparece un número elevadísimo de cuadros como para ser casual. Esos retratos, paisajes o dibujos actúan unas veces como reflejo de las obsesiones de un personaje (los retratos de mujeres muertas cuya sombra pesa intensamente sobre dos mujeres vivas en Rebeca y Vértigo), como avance de algún elementos posterior de la trama (Psicosis o Marnie) o como refuerzo de un punto dramático dentro del desarrollo de la historia (Falso culpable o Con la muerte en los talones).
…Y la música.
     Cuanto llevamos dicho no quiere decir que otras artes hayan sido ajenas al interés que despierta la pintura en las anteriores. Buena prueba de ello o tenemos en Puccini: escoge como uno de sus protagonistas de Tosca al pintor Cavadarossi, pero también será de ese oficio uno de los amigos de Rodolfo, el poeta que protagoniza La Bohème. Pero es que, además, no podemos dejar de señalar el retrato de Pinkerton que tanta importancia tiene para Liu-Liu y el de ella que trae consigo el marino americano en esa extraordinaria ópera que es Madama Butterfly.  
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   Evidentemente, los ejemplos que hemos ido citando no son sino una muestra mínima de todo el caudal de influencias que la pintura ha derramado sobre el resto de las artes en la historia de la humanidad. Sin embargo, sí creo que son lo bastante ilustrativos de la importancia de ese arte y de cómo se ha reflejado en todas las demás. Y, por si fueran pocos, en este mismo blog hay dos artículos más dedicados a este tema y espero en breve poder añadir un tercero.

                                                                        José María García Pérez

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